Yo que no soy de madrugar, me pongo a escribir hoy a las 6 a.m. Los graves sucesos que están ocurriendo no me dejan dormir.
Cinco mil granjas de aves han cerrado en España ¡5.000!, con todos sus trabajadores en la calle, y centenares de miles de agricultores y ganaderos se están suicidando en todo el mundo, bajo un silencio mediático imperdonable.
Llevo semanas investigando la situación que están viviendo los que producen la comida que consumimos, y se me han puesto los pelos de punta.
El problema principal de estos suicidios, es el mismo en todas las partes del mundo, y seguirá existiendo mientras agricultores y ganaderos no puedan poner un precio justo a lo que producen. No puede ser que el intermediario sea el que imponga el precio de lo que ellos producen, teniendo en cuenta que asumen todos los gastos de producción, luz, abonos, fertilizantes, gasoil, maquinaria, etc, todo lo que necesitan para que la comida llegue a nuestra mesa.
Hay que cambiar el sistema, y para eso hay que dignificar el trabajo de agricultores y ganaderos, al fin y al cabo, ellos son la fuente de los alimentos que nos mantiene vivos.
Si los organismos Internacionales y los gobiernos siguen permitiendo esta
manera de funcionar, los beneficios que se produzcan en la cadena alimentaria, irán a parar a los bolsillos de unos pocos, en lugar de repartirlos equitativamente entre todos los que intervienen en la producción, distribución y venta de alimentos.
EL BANCO MUNDIAL MIENTE
Todos los gobiernos han aceptado y permitido las políticas de usura porque las personas del campo no han tenido el poder de influir en las decisiones políticas, y menos aún, en los acuerdos unilaterales entre países que deciden sobre nuestra comida y oprimen a quienes la producen.
El Banco Mundial ha dicho que los subsidios a los agricultores sirven cuatro veces más que cualquier otra medida para reducir el hambre en el mundo. Esto es falso.
Entre 1980 y 2010 la ayuda agraria Internacional destinada a África, pasó del 17 al 3%%. EEUU y Europa, mientras tanto, subvencionan a sus granjeros con unos 300.000 millones de dólares anuales.
Lo más sangrante, es que el Fondo Europeo también presionó para que se abandonaran las explotaciones familiares de productos de consumo local y se dedicaran esas tierras a producir para el mercado global, como café, algodón, soja, té o maní. Con las divisas que ingresaban por sus exportaciones, los países podían pagar sus deudas externas, mientras que los agricultores quedaban atados de pies y manos de los mercados y manejados por los países y los lobies más potentes de la alimentación.
Con esta apertura artificial de los mercados, se consiguió que los alimentos importados fueran más baratos que los locales. Fue una de las grandes violencias del mercado mundial, millones de campesinos de los países más pobres perdieron hasta la camisa. Finalmente estos países abandonaron toda esperanza de producir su propia comida y con ella, la de no depender de los precios y caprichos de los mercados.
La mayoría de los productos importados se quedan en las ciudades, sobre todo las situadas en la costa, donde en verano suben de precio para el enriquecimiento de los intermediarios, y en invierno bajan tanto que es imposible competir con los productos locales.
De los 50 países más pobres del mundo, 46 importan más comida que exportan desde los países más ricos. Durante más de un siglo, África había sido el gran exportador de alimentos, pero a partir de 1990 pasó a importar más de lo que exporta.
Jhon Block, el secretario de Agricultura de Reagan dijo que los países en vías de desarrollo deberían de alimentarse así mismos, pero como los EEUU cultivaban mejor y más barato porque disponían de maquinaria moderna, debían dejar de hacerlo y ponerse a trabajar para pagar con sus ingresos los alimentos importados. Lo que no estaba claro era en qué trabajarían. En algunos sitios se instalaron fábricas rudimentarias empleando mano de obra barata, en otros no había nada donde emplearse. Así las grandes ciudades se empezaron a llenar de gente desocupada y los campos de campesinos se quedaron sin cultivar.
Dos de cada tres africanos viven de una economía de subsistencia, comen lo poco que cultivan, por eso les quedan poco excedentes para invertir en maquinaria o en mejorar sus capacidades agrarias.
Según la FAO, en 1970 calculaban unos 90 millones de desnutridos en toda África, en 2019 son más de 250 millones.
En la mayoría de los países, la agricultura y la ganadería sufren una gran amenaza. Ahora ya sabes por qué tantos agricultores y ganaderos se están suicidando. Estas son las políticas de la "modernidad" diseñadas por los Bancos Centrales.
El hambre no la produce el campo, ni los campesinos, tampoco la mayoría de las guerras, el hambre la produce las multinacionales, los Fondos de inversión que invierten en mercados de comodities diseñados por los bancos Internacionales que se enriquecen del comercio global y del capitalismo mundial. Ellos y sus políticas, son los que han estado contribuyendo desde hace décadas a la escasez de alimentos en el mundo.
Luisa Vicente
Comentarios
Veo a gran parte de la sociedad "anestesiada", completamente ignorante a lo que ocurre, y eso también me entristece. Si no nos rebelamos todos unidos ante esto, nos manejarán a su antojo.