¿Puede un paracetamol aliviarte si te han roto el corazón?
El amor puede doler, y no solo figuradamente, la ciencia ha demostrado que el cerebro activa las mismas regiones ante el daño físico y emocional. Se llama dolor social.
En el año 2000, un grupo de investigadores del departamento de psicología de la universidad de Georgia (Estados Unidos) hicieron elegir a siete monos capuchinos entre alimento o compañía para determinar la importancia de las relaciones sociales entre ellos. Los resultados fueron sorprendentes: tras 22 horas sin comer, cuatro de los siete monos prefirieron compañía a alimento. La soledad les provocaba más problemas que el hambre.
Ya se habían realizado experimentos similares con otros mamíferos para comprobar la importancia de sus vínculos sociales. Ratas lactantes fueron separadas de sus madres. Los llantos desconsolados de las crías hicieron que sus madres atravesasen una reja electrificada para reunirse con ellas. Lo mismo se hizo con perros, que preferían el dolor físico a estar separados de sus guías caninos. Eligieron recibir descargas eléctricas antes que afrontar el dolor de una separación.
En el Siglo XIII, Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y un apasionado de los experimentos científicos de la época, estaba empeñado en conocer si existía un idioma «natural», es decir, un lenguaje que un niño desarrollaría de manera innata si no estuviese contaminado por los estímulos del idioma que hablasen sus padres. Para descubrirlo cogió a treinta niños (al parecer en el Siglo XIII era relativamente fácil reunir a treinta bebés para experimentar con ellos) a los que se le dio el mejor trato posible de la época. Eso sí, sus cuidadoras tenían prohibido hablarles ni realizar con ellos ningún tipo de interacción social. Para sorpresa de Federico II, los niños no comenzaron a hablar mágicamente hebreo como él esperaba. No. Lo que hicieron fue morirse. Todos y cada uno de ellos. Ni el primero llegó a los tres años. El emperador había fracasado en su experimento, pero, sin saberlo, había abierto una interesante puerta hacia la importancia de las relaciones sociales para la supervivencia.
El dolor social, ¿qué es eso?
El aislamiento duele. Igual que un «ya no te quiero». Sí, duele de verdad. Y no es una metáfora, sino ciencia. La falta de amor o de aceptación produce molestias físicas y crónicas. Si nunca habían oído hablar de él, les presentamos el dolor social, que sí, existe. Y lo sabemos desde hace mucho tiempo, aunque aún estemos lejos de que haya una realidad terapéutica para los pacientes. Y lo que es todavía más alucinante: medicamentos que todos tenemos en nuestro botiquín pueden ayudar a aliviarlo. Hay estudios que apuntan que los analgésicos reducen el dolor social. En otras palabras, tomarte un paracetamol tras una ruptura, cuando te rechazan y te aíslan o tras la pérdida de un ser querido aliviará (en parte) el dolor. Dolor que, repetimos, es real.
Lo primero que tenemos que tener claro es qué es el dolor. Y buscamos una definición de los que más saben. La IASP (Asociación Internacional para el Estudio del Dolor por sus siglas en inglés) define el dolor como una «experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con daños reales o potenciales en los tejidos». No obstante, la IASP amplía la definición en otros seis puntos claves.
Como ven, la gran asociación mundial para el estudio del dolor da gran importancia a sus dimensiones sociales y psicológicas. Esto es porque se ha demostrado que en las áreas de nuestro cerebro encargadas de generar dolor convergen el dolor físico y el dolor social. Lo explica José Luis Alonso, director del Grupo de Investigación de Dolor Musculoesquelético y Control Motor en la Universidad Europea de Madrid:
«En el cerebro hay áreas corticales como la corteza cingulada anterior. Esas áreas se activan si yo te doy un golpe en el brazo, pero si te insulto también lo harán. Es una zona donde converge el dolor físico y el dolor social. Tenemos que ver el dolor desde un espectro mucho más amplio, no simplemente como un daño del tejido que, desgraciadamente, es como se ha trabajado hasta ahora. Desde hace mucho años sabemos que el dolor es la suma de muchos componentes, de ahí que sea tan difícil eliminar un dolor crónico. Es algo que necesitamos trabajar, hacer un abordaje global sabiendo que el dolor tiene una parte física, pero también psicológica y social».
Juan Montaño, miembro del grupo de trabajo que lidera José Luis Alonso, publicó en el blog del departamento de esta universidad una interesante entrada sobre el dolor social bajo el título «Dolor social: el gran tabú del modelo actual de salud».
El dolor está en la mente
Para entender qué es el dolor social, es importante tener claro que el cerebro es el órgano encargado de generar el dolor. Si te das un golpe en una rodilla, te dolerá la rodilla porque así lo ha ordenado el cerebro. «Si a ti te pegan un puñetazo, te duele la cara, pero te duele la cara porque ahí hay un daño fisular. Te duele la cara, pero si no tuvieras cerebro no tendrías dolor. Tenemos que tener muy claro es que el generador de dolor es el cerebro. Si te dan un golpe, inmediatamente esa información va hasta la médula, de la médula sube hasta el cerebro, y desde allí se va a mandar una información con más o menos dolor», explica José Luis Alonso.
Gracias a la neuroimagen sabemos que nuestro cerebro activa las mismas zonas cuando experimenta dolor físico y dolor social. Ambos tienen una neuroanatomía y mecanismos neurofisiológicos compartidos. Existe un amplio campo de estudio sobre los efectos del dolor social en nuestro cuerpo. No es algo nuevo, ya en 1978 se estudiaban los beneficios de la morfina y la naloxona como tratamiento para el estrés por separación. También se han constatado multitud de síntomas físicos en las personas que refieren dolor social.
Más evidencias científicas. Se sabe que las personas que tienen una presión arterial alta son menos sensibles al dolor social o que, según un trabajo de la Universidad de Toronto, la soledad hace bajar la temperatura de nuestra piel. La investigación también se ha centrado en probar que el contacto físico ayuda a confortar a aquellos que sufren dolor social. Concretamente se analizaron las diferentes reacciones que experimentaba un grupo de personas cuando se les daba la mano al recordar situaciones traumáticas frente a otros individuos que afrontaban las mismas sensaciones apretando una pelota de goma.
Contradiciendo a Maslow
Volvamos a los monos capuchinos que anteponían la socialización a ser alimentados. Esta preferencia lanza, al menos en esos períodos de 22 horas de ayuno a los que se sometió a los pequeños primates, un torpedo a la base de la pirámide de Maslow, la escala que en el 1968 estableció el psicólogo neoyorquino a la hora de jerarquizar las necesidades básicas.
Si Abraham Maslow apuntaba a las necesidades fisiológicas (entre ellas alimentarse) como aquellas que los homo sapiens necesitan saciar antes de acceder al siguiente nivel. Los capuchinos (que obviamente no son homo sapiens) priorizaron las relaciones sociales (tercer escalón de la pirámide) a las fisiológicas.
¿Cómo funciona el dolor social?
Ahora que ya sabemos que el dolor social activa en nuestro cerebro las mismas zonas que se ponen a funcionar cuando experimentamos dolor físico, ¿cómo se traslada este dolor social a nuestro cuerpo? ¿Quiere decir que si nos rompen el corazón nos va a doler el corazón? ¿Dónde duelen las heridas del alma? Es evidente que la respuesta no es tan sencilla.
«El dolor social es difícil de definir», detalla José Luis Alonso: «Pondré un ejemplo: imaginemos que llegas del trabajo a casa con algún dolor. Si en casa tienes una fiesta de cumpleaños o te esperan amigos que hace tiempo que no ves, es muy probable que tu dolor desaparezca. Pero si llegas a casa y, en vez de tener una fiesta, tienes una grave discusión con tu pareja, es muy probable que aumente». Es decir, es difícil localizar el dolor social. Nos duele, pero ese dolor no está asociado a un tejido que nos permita identificar con claridad dónde, lo que también provoca que este dolor, en muchas ocasiones crónico, sea tan difícil de tratar.
«El dolor social es un potenciador de síntomas y llega un momento en el que brota. ¿Dónde? Por cualquier sitio. Véase a mujeres maltratadas que han tenido un shock emocional muy importante. Muchas acaban siendo pacientes que tienen endometriosis, fibromialgia u otras patologías crónicas sin tener un daño en el tejido», apunta José Luis Alonso. Y ese es el gran reto hacia una salud del futuro, incluir el dolor social dentro de las terapias sanitarias. Porque si existen tantas evidencias científicas que demuestran que la exclusión, el aislamiento o la soledad nos duelen; si la IASP incluye los factores psicológicos y contextuales en su definición de dolor; ¿por qué todo eso se obvia cuando entramos en la consulta de nuestros médicos?
El reto de tratar no solo el dolor físico
«Desgraciadamente, aún estamos muy lejos de que esto sea una realidad terapéutica. No solo en atención primaria, sino también en la especializada. Científicamente lo conocemos, pero está alejado del común de los mortales. Tenemos que potenciarlo mucho más. Poco a poco lo estamos difundiendo. Lo que pasa es que, tal y como tenemos montados los tratamientos, es la pastilla y poco más», se lamenta el director del Grupo de Investigación de Dolor Musculoesquelético y Control Motor en la Universidad Europea de Madrid.
Se trata sin duda de un desafío que está ahí para el estado del bienestar. Tratar de manera holística el dolor, ya que esta variante social no se circunscribe únicamente al ámbito de la salud mental. «La ansiedad, la kinesofobia, la hipervigilancia... son variables psicológicas que están detrás de todo eso. ¿Es un área psiquiátrica o del área de la salud mental? No. ¿Que tenemos que ir de la mano? Sí, pero tu no quitas un dolor solo con ir al psicólogo», dice Alonso.
Borrando el estigma del dolor social
Sabías que, según un estudio liderado por la universidad de UCLA (California) sobre el dolor emocional, tres de cada cuatro personas aseguran que el mayor dolor que han experimentado en su vida fue emocional y no físico. ¿Estás entre esa mayoría?
Si, pese a que se cuenta con un amplio campo de investigación, nunca habían escuchado hablar sobre el dolor social, tal vez les suene más el término dolor psicogénico. No obstante, la comunidad científica está peleando por enterrar esta terminología por estigmatizar a aquellos pacientes que sufren dolor. «Estamos quitando el dolor psicogénico de nuestro argot porque hace entender al paciente que tiene dolor porque está como una cabra y no es así. El dolor está relacionado directamente con el cerebro, lo está generando el cerebro. Es una expresión que no nos gusta y ya no empleamos. Se trata de que el paciente no relacione el dolor con trastornos mentales, porque no estamos hablando de eso. Que el cerebro sea un generador de dolor no significa que estemos locos, porque es muy fácil meter a todos los pacientes en el mismo saco. Estamos afrontando una reconceptualización del dolor y también otro muchos términos», explica José Luis Alonso.
Para terminar, una anécdota futbolística
Como hemos visto, sentirse aislado o excluido de un grupo es una de las principales causas para sufrir dolor social. Hace unos días, una entrevista a Pep Guardiola en Itaú, entrenador del Manchester City, se hizo viral por una respuesta directamente relacionada con ese sufrimiento por sentirse apartado.
Decía Guardiola, ese entrenador que lo ha ganado todo en el mundo del fútbol, que lo más difícil de entrenar es cuando los futbolistas sienten que «no los quieres». «Todo en esta vida lo hacemos para que nos quieran. Cuando nos dicen ''qué guapo estás hoy'', ''qué bien vestido vas hoy'' o ''qué bien has hecho este dibujo, esta película o este libro'', nos encanta. Nos encanta que nos reconozcan. Y, al final, le estás diciendo a once tipos que no juegan que no les quieres, que has escogido al que está sentado a su lado. Tú les puedes argumentar, porque al final las decisiones que tomas son por miles de razones que no significan que el que no juega lo haga mal. Al contrario. Pero tú, a jugadores que están aquí, con sus familias, fuera de sus países para ejercer su profesión les dices: ''No, tú no vas a jugar''. Eso es imposible de solucionar. Tratas de reconducirlo a través de la palabra, de animarlos a seguir y esto es lo más difícil de nuestra profesión. Porque en todas las empresas cada uno tiene su rol y hace su trabajo; en el nuestro, cuando les llega el momento de desarrollarse, de hacer lo que más les gusta y lo que mejor saben yo les digo: ''No, tú a la grada o al banquillo a mi lado''. A eso no hay solución posible. Por eso muchos jugadores buenos se van de sus equipos. Porque quieren jugar y es normal. Yo a mis jugadores de este club les he dicho: ''Yo os quiero felices y si estáis descontentos os tenéis que ir''.
La felicidad no sabemos dónde está, si supiéramos dónde está iríamos todos a ella, pero nadie sabe dónde está. Los jugadores que quieren jugar más y están descontentos después de dos años estando aquí... ¡Hay que irse! No vale la pena estar en sitios donde se está descontento. Olvídense de tácticas, de si el contrario es mejor o peor, alto, moreno o rubio, eso no importa. Lo más complicado de ser entrenador de un equipo de fútbol es cómo gestionas la gente que no juega», explicaba el técnico catalán. ¿Qué les parece? ¿No les suena de algo?
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