Navidad y el amigo invisible 2020
A veces sucede que las cosas más clásicas se trastocan. La vista señala la fecha resaltada en rojo en el calendario que ya no es de papel ni cuelga de la pared. Lo miras una y otra vez y el baile de números te lleva directamente a estas fiestas que de repente no se han vuelto tan nuestras. Hay uno más sentado en la mesa. Para hacerle sitio, nuestra familia se ha tenido que quedar en su casa.
Hay cosas que se interpretan mal. La compañía no siempre da calor, ni la palabra sale solo de la boca. La poesía nunca estuvo donde la Navidad la coloca hoy. La atmósfera que envuelve al país y a sus gentes es un campo de refugiados, donde una diminuta micropartícula se ha empeñado en devorarnos en riguroso invierno.
Da pena que un acontecimiento tan triste inspire tanto. Nunca en mi vida escribí cuando estaba contenta. Siempre que cogía el boli y el papel la tristeza me acompañaba. Por eso ahora escribo cada día. Creo que a muchas personas les pasa algo parecido. Sin tristeza no sale nada que merezca la pena. Ha sido una constante en la literatura. La tristeza es el mejor aliado.
Han pasado tantas cosas este año y todas prácticamente iguales en todo el planeta. Nunca vi el mundo tan pequeño como ahora. De extremo a extremo es el mismo mundo con los mismos acontecimientos y las mismas desgracias.
De golpe uno es capaz de divisar la anomalía en medio del letargo y dejar de pedirle al invierno que sea verano. No hay que darle más vueltas. Ni un rincón para escapar, nada. Ya ves...
Si, lo reconozco, estoy cansada de esta pandemia, pero no hasta el punto de tirar la toalla y rendirme, eso nunca. Estoy segura que al igual que les ocurre a los soldados que tras una guerra marchan a casa y nunca olvidan la contiendan que libraron, nosotros igualmente regresaremos a nuestras casas de antes llenas de vida, pero con las cicatrices de una pandemia que nos marcará la piel y la mente durante mucho tiempo.
Este artículo fue publicado en el Periódico de Catalunya con el título:
Luisa Vicente
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