Otras veces la familia los arrinconan durante años en alguna habitación
de la casa para que no "molesten" sin darles apenas alimento ni agua.
Esta cruel situación se mantiene en el tiempo, debido a la superstición de la sociedad que cree están poseídos por el demonio. La falta de recursos de las familias para pagar su tratamiento y la nula asistencia sanitaria estatal, son otra causa que los llevan al desprecio de todos, a la marginalidad y al olvido de sus propias familias.
Miles de personas esquizofrénicas y
bipolares en Costa de Marfil sufren este trato inhumano difícil de
imaginar en nuestra sociedad.
Declaraciones de Gregoire Ahongbonon
a la Vanguardia
Nací en Benin. “A los 19 años me fui a Costa de Marfil y me convertí en reparador de neumáticos. Gané mucho dinero, compré cuatro taxis y dejé de ir a la iglesia.
Bruscamente lo perdí todo. No podía alimentar a mis hijos y huí de casa porque me perseguían los acreedores. Empecé a llevar una vida miserable. Desesperado intenté suicidarme con una dosis letal de pastillas. Incomprensiblemente, su brazo se paralizó y sintió que alguien le decía: “No tienes derecho a destruir tu vida”. Su fe en Dios, que había decaído durante largo tiempo, volvió con fuerza y se propuso dar lo mejor de sí mismo a los demás.
Un misionero me acogió y me llevó de peregrinación a Jerusalén. En una homilía dijo que cada cristiano debía poner una piedra en la construcción de la iglesia. "¿Qué piedra podía poner yo?".
Formé un grupo de plegaria, íbamos al hospital a rezar con enfermos, pero vi una sala con los que no podían pagar la medicación; gente abandonada.
Nos hicimos cargo de lavarlos, de comprarles la medicación. Nos convertimos en su familia. Me descubrí a mí mismo a través de ellos: ocupándome de ellos me ocupaba de mí. Prácticamente dormía en el hospital.
Cuando volví de la peregrinación, mis negocios empezaron a ir
mejor. Dos años después decidimos ir a visitar a los presos. La prisión estaba
construida para 150 personas y había 500. Dormían en una gran sala. No había
enfermería, ni lavabos, hacían sus deposiciones en una esquina y las recogían
con la mano para tirarlas fuera. Nadie va a visitarlos. En África, si alguien
está en prisión es una vergüenza para la familia. Nos hicimos cargo de la
prisión: construimos lavabos, una enfermería, pero seguían muriendo más de cien
por año. El día que fui a servir la comida lo entendí: lo que les daban no se
lo daría usted ni a un animal. Decidí que los enfermos mentales cocinarían para
ellos y la mortalidad bajó a cinco o siete por año.
Llegué a los enfermos mentales cuando vi a uno desnudo buscando comida en la basura. Los había visto muchas veces, pero ese día decidí, con mi mujer, repartirles comida y agua fresca por las noches. La gente decía que yo también me había vuelto loco, porque nadie se acerca a un enfermo mental, un poseído por el demonio. Lo primero es lavarlos y cortarles la maraña de pelo llena de piojos, darles medicación y actividades para hacer. Conseguimos buenos resultados, lo que llamó la atención del ministro de Sanidad, me dijo que quería que mi asociación se repartiera por todos los hospitales del país.
Una de las primeras imágenes que vi fue un joven de 21 años, al que la familia tenía encerrado en un cuarto sujeto con alambre de cabeza y pies al suelo como un crucifijo, estaba podrido, con gusanos por todos lados que entraban y salían de su cuerpo, pero todavía vivo. Tenía los brazos y pies atados a un tronco y la carne había subido por entre los hierros. La familia me dijo que no valía la pena. Tardamos dos días en desatarlo. A los pocos días murió, pero lo hizo dignamente y sonriendo. A partir de entonces empezamos a ir por los pueblos y descubrimos todo tipo de métodos de encadenamiento. Pero no culpe a la familia, no saben qué hacer.
En toda Costa de Marfil sólo hay dos psiquiátricos y son de pago. Lo que me indigna son las sectas, los encadenan a árboles, los golpean y no les dan agua ni comida para que salgan los malos espíritus de sus cuerpos. Liberé a una mujer que estuvo 36 años encadenada, no se podía erguir. Pero donde hemos construido centros nos los traen. Estoy contento.
No hay enfermos violentos, es el hecho de tratarlos mal, como ocurre con un perro, lo que los convierte en violentos. Hace falta amarlos, han perdido la confianza en sí mismos, sólo con medicamentos no salen adelante. En nuestros centros son los enfermos recuperados los que acogen a los nuevos tras haberse diplomado en enfermería. La vida con ellos es mejor que con la gente sana, su amor es sincero.
Cuando volví de Jerusalén, mi negocio remontó. Lo que gano arreglando neumáticos lo destino íntegramente a ellos; y hay amigos que me ayudan. Creo en la providencia. Primero el ser humano, luego el dinero. Nunca pienso en el mañana, hago. Siempre estamos con lo mínimo.
Lo que yo hago es más fuerte que yo. Si Dios ha permitido que una
persona como yo, sin estudios, que no vale nada, se ocupe de estas personas, es
para que todos podamos abrir los ojos y cambiemos la forma de ver a estos
enfermos incluso en Europa, donde un enfermo me dijo: "Con usted en África
los enfermos trabajan, aquí nos encierran para que no molestemos".
Con el tiempo Gregoire creó la asociación Saint Camille, que ya dispone de 15 centros de acogida. Recorren pueblos y aldeas en busca de estas personas para liberarlas y acogerlas en sus centros. Las curan de sus heridas, rehabilitan de sus atrofias musculares ocasionadas por las cadenas que les atan a sus tobillos, atienden su alimentación, les suministran tratamientos farmacológicos. Pasado un tiempo de recibir terapia integral, los ayudan a valerse por sí mismos y los reinsertan social y laboralmente.
Durante el proceso, Saint
Camile informa a la familia de la enfermedad y el tratamiento que está
recibiendo para que comprendan y acepten
al enfermo y no se desentiendan de él. Saben
que la conexión con la familia es
primordial, por eso piden a sus familias
que los visiten con frecuencia. Si una vez recuperados quieren volver a sus
casas, un responsable de la Asociación les hace un seguimiento regular a cada uno.
Ya han rescatado más de 12.000 enfermos mentales y ha ayudado
a más de 30.000 pacientes.
Luisa Vicente
Comentarios