El impago al banco de una hipoteca le persigue durante toda su vida. Lo precipita a un vacío existencial, a la pérdida de su autoestima, de su equilibrio psicológico, de sus lazos familiares, incluso de su matrimonio. Todo lo importante de su vida se derrumba.
Un desahuciado pierde su categoría de ciudadano. Tener una deuda pendiente con el banco de por vida, le imposibilita aportar nada útil a la sociedad. Queda inhabilitado para pedir un préstamo, abrir un negocio, alquilar una vivienda, tener un empleo decente o tener una nómina, en resumen, tiene pocas posibilidades de volver a tener una vida estable y ordenada.
Estas personas consideradas morosas, viven amenazadas de por vida, porque ser moroso en esta sociedad, es uno de los mayores estigmas que existen. Desde el momento que deja de pagar, figura en todos los archivos con cruz y raya, nadie se fia de él, se le considera “un apestado de la sociedad”.
La desesperación lo obliga a ser dependiente crónico de las ayudas sociales y posiblemente vivirá en la marginalidad, tanto él como sus hijos, durante muchos años, o incluso durante toda su vida.
Este siniestro horizonte lo tienen millones de personas en toda Europa.
Mientras las personas que tienen deudas hipotecarias con los bancos viven esta tragedia, los bancos siguen condonando deudas millonarias a los partidos políticos.
Luisa Vicente
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