OLOR A LÁPIDA. Relato

                                                               OLOR A LÁPIDA


Estaba frente a mí.  Me contraje. Me arrugué. Empequeñecí. Me reduje a una pequeña bola de papel. Quedé colgada a 2 bolsas de ropa que acababa de comprar en Zara. El remolino que centrifugaba minutos antes mi cabeza se detuvo, desapareció. Comprar las velas de mi cumpleaños, la tarta de moras, el cava para la sangría, preparar mis famosos canapés, enfriar el vino, limpiar las copas de cristal, decorar la mesa.  De repente, todos aquellos pensamientos que tanto me preocupaban perdieron importancia. 

A pocos pasos, el humano espectro,  blanquecino y delgado me contemplaba desde la acera. 

Dos cuencos negros dibujaban la negrura de aquel despojo humano. Dos pómulos afilados perforaban la piel de la cara salpicada de úlceras. Temblaba. Dos sarmientos apergaminados sostenían dos manos de cera. Una  sujetaba un vaso de plástico medio roto, la otra buscaba esconderse  torpemente en el bolsillo del raído pantalón. Era una ruina humana. Los viandantes la sobrepasaban  sin detenerse. Su mirada me clavó al suelo. Un desgarrón de arriba abajo me rompió. Dejé de ser.
Pobrecita Yonki,  pensé de ella.
Sobrecogida seguí la inercia de la gente.  Me fui alejando impregnada con  un olor a lápida. Dudaba si continuar caminando.  Volví la cabeza para mirarla nuevamente. Allí seguía, tambaleante,  perdida en su mundo. Prisionera  en la espesa telaraña que la atrapaba en  su agujero.
Pobrecita yonki ,  repetí


Me faltaba el aire en aquella atmósfera congelada. Lloré y lloré amargamente. Me cubrí la cara con un foulard  mientras permanecía inmóvil  entre la gente. Empujones, choques involuntarios, disculpas y excusas  de los apresurados transeúntes, a los que no daba réplica. Todo me dejaba aturdida.  Quería moverme, correr, irme de allí. ¿Pero a dónde ? Apresuré el paso en sentido contrario y a pocos metros de ella me detuve de nuevo.
No sabia si era pena o miedo.  Un torbellino de emociones contradictorias me impedía dar un paso más  en la poblada acera. En segundos un estímulo agónico me empujó  a ponerme frente a ella. Necesitaba abrazarla, mostrarle mi comprensión. Darle solo  dinero no era suficiente.  Estrecharla entre mis brazos era una necesidad. Regalaría 5 minutos de vida a un cadáver, iluminaria sus cuencos , haría que  florecieran  sus sarmientos, lamería sus úlceras. Aquietaría sus temblores. Sostendría su maltrecha estructura. De nuevo me envolvió su olor a lápida. El saco de piel que contenía sus huesos, ahora mucho más cerca,  se mostró con toda su crudeza.
¿ - Estás pidiendo-  ? le pregunté
- Si, estoy pidiendo, necesito dinero -  me contestó.
 ¿- Me das algo para comer -? .
Cojo de mi bolso 10 euros.  Me acerca despacio el vaso y  los dejo dentro.  Me mira. Hunde su negrura ocular hasta el fondo del vaso. Zarandea luego  el vaso. Vuelve a mirarme  palidamente.

¿ - Puedo darte un abrazo -  ? le pregunto.
- Si, dámelo si quieres - 
 ¿ - Te pasa algo - ? me pregunta con voz de sepulturera.
¿-  Porqué lloras -  ? ¿- Estás bien -? .
¿-  Puedo ayudarte - ?  insiste..
Un nudo en la garganta estrangula mi voz.  La estrecho contra mí. Un abrazo largo me entierra junto a ella  en lo más  profundo de la tierra.  Descanso en paz sobre su cuerpo diminuto.
¿-  Estás bien - ? Me vuelve a preguntar.
Despierto  de mi agonía. No entiendo nada.

¿ Cree acaso que yo necesito ayuda? me pregunto.

Ella es la más fuerte ahora. No se estremece como yo. La pobrecita yonki  no me necesita. La  espesa telaraña es su fiel compañera. Siempre la seguirá  en su invierno infernal  mientras le quede un halo de vida. 

¿ Quién necesitaba ser abrazada ?

No basta conocer el mito de origen, hay que recitarlo.

Luisa Vicente

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